Es Febrero y el año empieza a dar muestra de que será interesantísimo. Un agradecimiento a nuestros férreos seguidores del año 2009, que son tres. Esperamos que nos sigan leyendo y haciendo sus valiosos comentarios. Estamos con el ánimo de por lo menos duplicar nuestros fans para este 2010.
Como cada ciclo, regresar a la Academia, resulta algo que entusiasma y más cuando en el salón, el número de alumnos supera los cinco y no rebasa los veinte. Estar en ese ámbito es una manera de entrar en contacto con el imaginario que existe sobre la actividad arquitectónica. La primer clase siempre hay expectativa y en particular en la clase de Teoría de la Arquitectura. Ello se debe a que a ciencia cierta no se sabe para sirve una materia con ese nombre. Hacer preguntas para sondear como está el animo y enterarse que esperan los alumnos del curso puede ser contraproducente porque los estudiantes no tienen claro que esperar de la clase y también porque el salón pasa a ser el lugar preferido para verter las quejas de las materias de teoría de los anteriores semestres. Uno de los comentarios mas sugerentes, en este sentido, fue el de una estudiante que de manera espontánea y franca manifestó que hasta el momento no tiene idea de para que le sirve la teoría. En casos como este, la teoría no sale bien librada. En otros asistentes se manifiesta curiosamente lo contrario, gira la noción en torno a que en la teoría, están depositadas sus esperanzas de hacer cosas, por ejemplo, funcionales. Se le ve como un instrumento para conceptualizar, para fundamentar, para convencer y de pasó hacer mejores proyectos. Aquí tampoco, la teoría sale bien librada.
Después de tan alentador panorama se puede intuir que flota una atmosfera utilitarista, así como cierta desconfianza sobre el sentido de la teoría. Lo anterior puede ser natural si se reconoce que si algo nos caracteriza como especie, a los arquitectos, es que somos bien pragma.
Ante tal panorama sólo queda hacer gala de sinceridad y confesar que: la teoría no es que no sirva, pero puede que, en el caso de que sirva, no sirva para lo que se cree que sirva.
Como cada ciclo, regresar a la Academia, resulta algo que entusiasma y más cuando en el salón, el número de alumnos supera los cinco y no rebasa los veinte. Estar en ese ámbito es una manera de entrar en contacto con el imaginario que existe sobre la actividad arquitectónica. La primer clase siempre hay expectativa y en particular en la clase de Teoría de la Arquitectura. Ello se debe a que a ciencia cierta no se sabe para sirve una materia con ese nombre. Hacer preguntas para sondear como está el animo y enterarse que esperan los alumnos del curso puede ser contraproducente porque los estudiantes no tienen claro que esperar de la clase y también porque el salón pasa a ser el lugar preferido para verter las quejas de las materias de teoría de los anteriores semestres. Uno de los comentarios mas sugerentes, en este sentido, fue el de una estudiante que de manera espontánea y franca manifestó que hasta el momento no tiene idea de para que le sirve la teoría. En casos como este, la teoría no sale bien librada. En otros asistentes se manifiesta curiosamente lo contrario, gira la noción en torno a que en la teoría, están depositadas sus esperanzas de hacer cosas, por ejemplo, funcionales. Se le ve como un instrumento para conceptualizar, para fundamentar, para convencer y de pasó hacer mejores proyectos. Aquí tampoco, la teoría sale bien librada.
Después de tan alentador panorama se puede intuir que flota una atmosfera utilitarista, así como cierta desconfianza sobre el sentido de la teoría. Lo anterior puede ser natural si se reconoce que si algo nos caracteriza como especie, a los arquitectos, es que somos bien pragma.
Ante tal panorama sólo queda hacer gala de sinceridad y confesar que: la teoría no es que no sirva, pero puede que, en el caso de que sirva, no sirva para lo que se cree que sirva.

A di Valdeterra